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No fuimos
hechos para soportar el dolor de la perdida.
Nuestro modo de ser, difícilmente convive
con la idea de perder personas que amamos;
es como si nos arrancaran algo que nos
pertenece. Sentimos que nuestra alma sangra
y, lo que es aun peor, no podemos expresar
este dolor con nuestras palabras.
El dolor no se explica, no es tema de
conversación. El dolor se sufre, se siente,
se vive. Por tanto, la primera actitud ante
el dolor de la perdida de un hijo es el
llanto; no sienta verguenza o miedo de
mostrar lo que siente. Frase como "no
llore", o "resígnese" de nada sirve en el
momento de la muerte de un ser querido.
Inicialmente, usted debe expresar la
amargura de la perdida. Algunos padres
ahogan la expresión de sus sentimientos en
estos momentos, pero explotaran mas tarde
con una fuerza terrible.
A usted, querido padre o madre, presento el
consuelo de la Biblia: "El Señor enjugara
toda lagrima" (Isaías 25,8). Y en otro
pasaje, el evangelista Juan nos muestra lo
que María sintió al ver moriría su hijo
injustamente: "Junto a la cruz estaba de pie
María, su madre" (Juan 19,25).
Los
padres no fueron hechos para enterrar a
sus hijos
Esta
frase expresa una de las mayores
verdades de la vida. En el recorrido
normal de la vida, una vez envejecidos
los padres, los hijos se preparan para
su eventual pérdida, aunque exija
sufrimiento. La muerte natural, en el
ocaso de nuestra existencia, es algo que
todos esperamos, pero la muerte de los
hijos los arranca violentamente de esta
existencia. Y esto hace sangrar lo
íntimo de nuestro ser. ¡Usted, padre o
madre que ha perdido a su hijo,
posiblemente lo ha experimentado!
La
tristeza es tan grande que muchos padres
quedan en estado de shock, sin poder
expresar sus sentimientos. Una aparente
apatía, vacío existencial e incredulidad
ante la muerte del hijo o hija. En
algunos casos esperan eternamente su
regreso, como si hubieran salido de casa
y en cualquier momento fueran a aparecer
por la puerta.
¡Sepa que
Dios comparte su dolor! El sueño del
Padre, en la visión del profeta Isaías,
es que todos "vivan 100 años" (cf.
Isaías 65,20). Sin embargo, Dios coloca
como mayor tesoro de nuestra vida la
libertad; algunos la usan
equivocadamente y atraen desgracias para
si y para otras personas inocentes. La
muerte de un hijo nunca es voluntad de
Dios. El es el Dios de la vida y quiere
demostrarlo estando a su lado para que
usted no sufra más.
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